De todos modos, habían pasado muchos años sin su llamada y empezaba la mañana feliz de un mal día porque este día un hombre que se jacta por ser feliz, destruía nuevamente el amor de un niño de once años.
Gracias papá por nunca haber estado a mi lado a la hora de una festividad como hoy, por permitir que me sienta mal durante estos días, como cuando solía quedarme con aquel regalo que muy entusiasmado preparaba junto a los amigos de primaria, en verdad, te pasaste.
Gracias por desaparecer todos los recuerdos que creé en mente sobre ti, por hacerme olvidar que en algún momento regresarías por aquella calle a tres cuadras de la esquina. ¿Ahí solías llevarme a comprar dulces?
Gracias por demostrar que podía seguir adelante sin tu imagen al lado, por enseñarme sin que lo hayas pensado a vivir, a madurar y a tratar de entender lo que un niño desde los seis años no está acostumbrado. No negaré que sobrellevé muchos sucesos, entre ellos recuerdo los juegos forestales, todos asistían con ambos padres, pero yo te inventaba una enfermedad, esa fue mi manera de excusar tu ausencia en cada evento. Te he querido mucho ¿no?, puede parecer curioso, pero ambos sabemos que todo cansa.
Gracias porque sin querer me refugié en lo oscuro de una enfermedad.
No pidas un respeto que nunca enseñaste, no reclames una llamada para saludarte porque yo pedía las pedías de manera recurrente y nunca cediste, ahora te empeñas en la necesidad de una reconciliación cuando ves frutos que nunca cultivaste, me jode no saber quién de nosotros es más injusto.
Aún recuerdo la última Navidad, estás ahí sonriendo, pidiendo que habrá aquel regalo que prometiste enseñar a manejar. -No llores huevón, porque yo lloré mucho más por las caídas- A mí no me enseñaron a manejar mis tíos, ni los padres de mis amigos. Lo aprendí solo.
¿Es tarde no?
Gracias por los espacios en las fotos, sin quererlo tus
últimas imágenes desaparecieron, ocurrió sin querer cuando lloraba mientras las
lágrimas caían sobre aquellas fotos que escondía en una pequeña caja por el
cuarto de la azotea, aquella azotea que solía recibirme cuando me fregaba en
llanto preguntándome el porqué de tu decisión, y en la inocencia juraba
pensando que tú nos buscarías.
Gracias por no haberme pegado cuando decía que estabas enfermo o que habías salido de viaje. Me enseñaste a cubrir muy bien los vacíos, fíjate, después de todo aprendí que te necesitaba demasiado, pero asumí que era demasiado.
Había idealizado tanto tus llamadas que hoy las espero con normalidad. Te imaginaba preguntando por mí, indagando actos para cuestionar mis rumbos, para decirme o aunque no lo creas para que me grites o si es que te parecía lo correcto; golpearme.
Pasé varios momentos pensando en portarme mal con el fin de llamar tu atención, de que me recurrieras pero fuiste un completo desconocido, nunca vi tu sombra en el hospital, nunca escuché tus pasos en las noches, nunca llamaste al celular, nunca te dignaste a hablarme de la masturbación, nunca recibiste las cartas que te dediqué, nunca supiste que gracias a ti empecé a escribir, nunca me has escuchado recitar, nunca te has alegrado con mis calificaciones, nunca me has perdonado de nada porque nunca supiste nada de mí y todo eso porque no buscaste maneras de llegar.
¿Por qué tanta farsa oculta tras una sonrisa?
Mis exámenes con notas aprobatorias fueron la consecuencia de querer demostrar lo orgulloso que podías haberte sentido, pero me recordabas que todo era en vano.
Gracias por tu mínima resistencia a mi olvido, por dejarte morir con algún personaje y por el grado de madurez que adquirí por ti.
¡Gracias por todo Pá!
No hay comentarios:
Publicar un comentario