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Papeles Perdidos |
Recuerdo que me encontraba perdido en mis pensamientos,
caminando por una de las aceras del aeropuerto, cuando de repente, como
un destello en medio de la oscuridad, ella apareció.
Su presencia era como una bocanada de aire fresco en medio
del sofocante calor urbano. Sus ojos, profundos como el océano en calma, me
atraparon al instante. No pude evitar sentir una extraña conexión con ella,
como si nos conociéramos de toda la vida, aunque en realidad acabábamos de vernos
por primera vez.
Al principio, me aferré con todas mis fuerzas a mi coraza emocional, tratando de protegerme de cualquier sentimiento que pudiera vulnerarme. Había aprendido a base de golpes a desconfiar del amor y a mantenerme alejado de cualquier compromiso emocional. Pero ella era diferente, desafiaba todas mis barreras con una determinación que me dejaba sin aliento.
Cada vez que intentaba mantenerme distante, ella encontraba
la manera de acercarse un poco más, de desarmar mis defensas con una sonrisa
traviesa o una mirada cargada de complicidad. Era como si supiera exactamente
qué botones presionar para hacerme caer rendido a sus pies.
Te confesaré algo que nunca he admitido en voz alta: al
principio, me resistí con todas mis fuerzas a dejarme llevar por lo que sentía
por ella. Me repetía a mí mismo una y otra vez que no podía permitirme ser vulnerable,
que tenía que protegerme a toda costa de cualquier herida emocional. Pero
cuanto más intentaba alejarme, más fuerte se volvía la atracción entre
nosotros.
Fue como si el destino se empeñara en unirnos, como si
estuviéramos destinados a encontrarnos en medio del caos y la confusión. Y
aunque al principio luché con todas mis fuerzas contra lo que sentía, al final
no pude resistirme a la fuerza arrolladora del amor.
Como muchas historias la nuestra también podría haber sido
el argumento de una película, llena de giros inesperados y emociones intensas.
Éramos el ejemplo perfecto de lo que la sociedad consideraría un juego
prohibido, dos almas destinadas a estar juntas pero separadas por
circunstancias fuera de nuestro control.
Ella, la amiga de mi ex, yo, el ex de su amiga. Podría haber
sido el escenario perfecto para un drama lleno de traición y desengaño, pero en
cambio, lo que encontramos fue amor y complicidad. Descubrimos que las reglas
del juego estaban hechas para romperse, que el corazón no entiende de etiquetas
ni de convencionalismos sociales.
No puedo negar que al principio me resistí con todas mis
fuerzas a dejar que ella entrara en mi vida de esa manera. Había aprendido a
base de golpes a protegerme de cualquier sentimiento que pudiera lastimarme, a
mantener una distancia segura con respecto a las personas que me rodeaban. Pero
ella era diferente, desafiaba todas mis expectativas con una determinación que
me dejaba sin aliento.
Poco a poco, fui bajando mis defensas y permitiéndole entrar
en mi mundo interior, mostrándole cada parte de mí, incluso las más oscuras y
temibles. Y lo que encontré fue que ella no solo aceptaba mis imperfecciones,
sino que las abrazaba con amor y comprensión. Juntos, descubrimos que el
verdadero amor es capaz de superar cualquier obstáculo, incluso los muros que
nosotros mismos hemos construido para protegernos.
El amor no es un cuento de hadas, ni una fantasía perfecta.
Es una montaña rusa de emociones, con sus subidas vertiginosas y sus bajadas
aterradoras. Pero a pesar de todas las dificultades, el amor verdadero es capaz
de mantenernos firmes en medio de la tormenta, de darnos fuerzas para seguir
adelante incluso cuando todo parece estar en contra nuestra.
Con ella aprendí que el amor no es solo una ilusión pasajera,
sino una elección consciente que hacemos cada día al despertar. Aprendí que el
amor verdadero no es solo un sentimiento, sino una decisión de compromiso y
entrega mutua. Y aunque a veces el camino sea difícil y lleno de obstáculos, sé
que juntos podremos superar cualquier adversidad que se interponga en nuestro
camino.
Uno de los mayores regalos que ella me dio fue el aceptarme
tal como soy, con todas mis imperfecciones y defectos. En un mundo que
constantemente nos bombardea con imágenes de perfección y belleza irreal,
encontrar a alguien que nos ame incondicionalmente, con todas nuestras fallas y
debilidades, es un tesoro invaluable.
Con ella aprendí que el amor verdadero no busca cambiar al
otro, sino aceptarlo tal como es, con todas sus virtudes y defectos. Aprendí
que ser vulnerable no es una debilidad, sino una muestra de valentía y
honestidad. Y aunque a veces nos cueste trabajo aceptarnos a nosotros mismos,
sé que con su amor y su apoyo podremos alcanzar nuestra mejor versión.
Una de las cosas que más admiro de ella es su infinita
paciencia y su capacidad para entenderme incluso en mis momentos más oscuros. A
pesar de mis errores y mis fallos, ella siempre está ahí, dispuesta a
escucharme y apoyarme en todo lo que necesite. Es como si supiera exactamente
qué decir en cada momento, como si pudiera leer mi mente y mi corazón con solo
mirarme a los ojos.
Con ella aprendí que el amor verdadero no es solo una
cuestión de sentimientos, sino también de compromiso y sacrificio. Aprendí que
amar es mucho más que un simple acto de romanticismo, es una decisión
consciente de estar ahí para el otro en las buenas y en las malas, en la salud
y en la enfermedad, en la alegría y en la tristeza.
Hemos vivido momentos inolvidables juntos, momentos que atesoro
en lo más profundo de mi corazón. Desde las risas compartidas hasta las
lágrimas derramadas, cada instante a su lado ha sido una lección de vida, un
recordatorio de lo hermoso que puede ser el amor cuando se vive con intensidad
y autenticidad.
Y aunque sé que el camino no siempre será fácil, sé que
mientras estemos juntos podremos superar cualquier obstáculo que se interponga
en nuestro camino. – decía la carta 3 días después de la ruptura.
Después de nueve años, aquella carta volvió a cobrar valor. Ella regresó a mi vida, lista para retomar todo lo que habíamos dejado atrás. Luego de meses de interactuar por redes acordamos en citarnos en un bar de Pueblo libre y no nos soportamos por más de cuarenta y siete minutos, en ese momento supe que aquel amor no tenía absolutamente nada por delante, no había necesidad para generar continuidad.
Mientras la veía, re-confirmé que todo había cambiado entre
nosotros y a pesar de que hubo un abrazo con fuerza, como si nunca
hubiéramos estado separados, el tiempo nunca dejó de pasar, nunca se detuvo como ella quizás lo quiso pensar.
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