lunes, 3 de junio de 2024

Gol gana.


Aquella tarde, el sol caía a plomo sobre el barrio de San Miguel y nosotros, un puñado de chiquillos con la energía desbordante, nos agolpábamos en el pequeño campo de pista, dispuestos a convertir cualquier espacio en un terreno de juego. "Gol gana", se escuchaba en el aire, un grito que resonaba desde la inocencia y la alegría de la infancia, una melodía que marcaba el inicio de nuestras aventuras.

Éramos niños, sí, pero en nuestras venas corría la determinación de enfrentar el mundo con una valentía que solo la inocencia puede otorgar. En aquellos partidos improvisados, el arco estaba formado por la imaginación desbordante, dos mochilas o bolsas de basura que se convertían en testigos humildes de nuestra creatividad. No importaba la falta de porterías reales o un césped perfectamente recortado; para nosotros, aquel lugar árido y desolado era un estadio de fútbol donde los sueños se hacían realidad con cada gol marcado.

—¡Vamos, Pepe, demuestra tu magia con el balón! —exclamaba yo, animando a mi amigo mientras nos preparábamos para el partido.

—¡Claro que sí, hermano! ¡Hoy vamos a dejarlo todo en la cancha! —respondía Pepe con entusiasmo, ajustando la pelota bajo su brazo.

A pesar de no ser el más habilidoso en el fútbol, me encantaba formar parte de aquellos partidos improvisados. Cuando llegaba el momento de elegir equipos, siempre era seleccionado, no por mi destreza con el balón, sino por mi disposición a lanzarme al suelo y sacrificar mi cuerpo para arrebatar el balón a mis oponentes. A menudo, terminaba con heridas y rasguños, pero para mí, valía la pena porque eran minutos de alegría.

Sin embargo, no éramos ajenos a las sombras que acechaban en los rincones oscuros de nuestro barrio. La delincuencia y el tráfico de drogas eran una realidad palpable, pero preferíamos refugiarnos en nuestra amistad, manteniendo una distancia segura de aquellos peligros que amenazaban con desviarnos de nuestro camino. Siempre reunidos en la esquina alrededor de dos bancas, conversando sobre nuestras aventuras del día, colegio, bromas y sobre los dibujos del momento.

En aquel entonces, cuando nos preguntaban sobre nuestros sueños y aspiraciones, las respuestas variaban desde futbolistas hasta empresarios, pero yo, yo soñaba con ser profesor de matemáticas. Era una ambición nacida de mi amor por los números y mi deseo de compartir ese conocimiento con otros. Sin embargo, como suele suceder en la vida, los planes cambian y los caminos se desvían.

A medida que crecíamos, la vida nos lanzaba a diferentes corrientes, separándonos con la misma indiferencia con la que se lleva las hojas secas en otoño. Algunos de mis amigos, arrastrados por las tentaciones del barrio, se perdían en un laberinto de delincuencia que los alejaba cada vez más de los sueños puros de la infancia. Otros, caían en las garras de las drogas, librando una batalla solitaria contra los fantasmas que acechaban en la noche.

Pero entre las sombras, siempre hay destellos de luz. Uno de ellos, encontró su destino en las tablas, deslumbrando con su talento en el mundo de la actuación. Siempre presente en cada protesta contra el gobierno, su voz resonaba con fuerza, clamando por justicia y libertad en un escenario más grande que el de cualquier teatro. Otro, contra todo pronóstico, se convirtió en un ídolo del deporte nacional, desafiando los titulares de la prensa rosa con sus historias de amorío y escándalos que mantenían a todos pegados a las páginas de los tabloides.

Recuerdo exactamente un accidente que pudo haber truncado su carrera, sin embargo, se convirtió en el combustible que lo impulsó hacia la cima. Desde entonces, tuvo claro su propósito. Él se encargaba de contactar a algunos de nosotros para organizar eventos navideños para los niños en el coliseo del distrito, llevando consigo el espíritu de la solidaridad y la generosidad de la que algunos carecían en nuestra época. Era un recordatorio de que, incluso en los tiempos más oscuros, siempre hay lugar para la bondad y la esperanza.

Pero nosotros, los que aún creíamos en los sueños, nos aferrábamos con fuerza a nuestros ideales. Estudiábamos, trabajábamos incansablemente, desafiando las adversidades que la vida nos arrojaba. Porque en medio de la oscuridad, éramos la luz que se niega a apagarse, los arquitectos de nuestro propio destino, construyendo nuestro futuro con determinación y valentía.

A los trece años, mientras jugábamos, un grupo de pandilleros se acercó con su aura intimidante, exigiendo que abandonáramos nuestro campo de juego.

. —¿Has visto a los del Misil rondando por ahí otra vez? —preguntaba uno de los chicos, con un dejo de preocupación en su voz.

—Sí, pero mientras no se metan en nuestro juego, no hay problema —respondía Pepe, con determinación en sus palabras.

Sin embargo, la sombra de la violencia siempre estaba presente, como un fantasma que acechaba en cada esquina del barrio. Muchas veces presenciábamos intercambios de drogas y actos de violencia, pero eso no nos detenía. Nosotros jugábamos por diversión y en cierto grado, como refugio.

—¡Cuidado, chicos! ¡Ahí vienen los del Misil! —gritaba alguien, señalando hacia el grupo de jóvenes que se acercaba con paso firme.

—¿Qué quieren estos tipos ahora? —mascullaba Pepe, con la mandíbula apretada.

—¡Dejen este lugar, chiquillos! ¡Esta es nuestra área ahora! —gritaba el Titi, líder del Misil, con voz afónica y amenazante.

—¡Aquí jugamos nosotros, y aquí nos quedamos! —respondía Pepe, con la mirada desafiante.

Y así, entre palabras afiladas y miradas desafiantes, se desencadenaba una trifulca callejera que dejaba claro que, en aquel barrio, la valentía era moneda corriente.

—¡Pepe, ten cuidado, no te metas en problemas! —le advertía Juan Diego, su hermano menor, tratando de contenerlo mientras se lanzaba al enfrentamiento.

—¡No te preocupes, nadie se mete con nosotros en nuestro territorio! —respondía Pepe, con una sonrisa desafiante en el rostro.

Aunque aquel enfrentamiento nos dejó con más de un rasguño, fortaleció nuestra amistad y nuestra determinación para enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en nuestro camino. Y así, entre risas y alboroto, continuábamos nuestros juegos como si nada hubiera pasado, porque en aquel barrio, la vida era un partido constante donde la determinación y el coraje eran nuestras mejores armas.

Con el paso del tiempo, cada uno de nosotros siguió su propio camino. Algunos encontraron el éxito en carreras inesperadas, mientras que otros lucharon por escapar de las garras del destino que les había sido asignado. Pero a pesar de las vueltas que dio la vida, siempre conservé un lugar especial en mi corazón para aquellos niños que una vez fueron mis compañeros de juegos.

A medida que el barrio cambiaba y evolucionaba, llevaba conmigo el recuerdo imborrable de aquellos tiempos difíciles, recordando la lección de valentía y resiliencia que aprendí junto a mis amigos de la Huaca Casa Rosada. Porque, aunque el tiempo pueda borrar los contornos de aquellos días, los recuerdos perdurarán para siempre, como un faro de esperanza en medio de la oscuridad del pasado.


viernes, 10 de septiembre de 2021

Nunca Subestimes Un 'Me Quiero Morir'



¡Ah, caray! ¡Qué desmadre, hermano! Nuevamente estamos acá, metidos en este embrollo, con la vida patas arriba y el ánimo por los suelos. Parece que el universo entero conspira para jodernos, ¿verdad? Y mientras todo el mundo parece estar dentro de una euforia reluciente, aquí estamos, en nuestro cuarto, sumidos en la oscuridad más densa y el silencio más atronador. ¿Y sabes quién se siente perdido en esta historia? ¡Exacto, tú!

Parejas que se desmoronan, amigos que te dan la espalda, la familia que parece haberse olvidado de tu existencia... Nada parece estar a tu favor en este caos. Has estado lidiando con esta montaña rusa de emociones en completo silencio, pero de repente, ¡pum!, algo más, el detonante, lo que sea que quieras llamarlo, llega para colmar el vaso. Y créeme, no es una cereza, es más bien como una enorme piedra que te golpea en la cabeza.

La rabia, la tristeza, el miedo, la vergüenza... Todas esas emociones nos están pegando más duro que una ola en pleno invierno. De pronto, los demonios del pasado vuelven con más ganas que nunca, susurrándonos al oído y exigiendo acción. Nos sentimos solos, agobiados, atrapados en un laberinto sin salida, y la idea del suicidio nos acecha como un fantasma.

Hoy ni siquiera pudiste sentarte a almorzar. Lo más extraño es que no fue un olvido, simplemente el hambre desapareció, dejándote con un vacío en el estómago y un mareo persistente. Pero ni rastro de ganas de comer.

Quizás has estado pensando: "¡Al demonio con todo! Si me voy, al menos dejaré de sentir este dolor insoportable". Así que comienzas a idear un plan, a darle vueltas a la idea de poner fin a todo. Te entiendo, hermano, porque todos hemos estado en ese oscuro abismo alguna vez.

Sé que ahora mismo todo parece oscuro y sin salida, pero créeme, no es así.

Pregúntate honestamente: ¿Quieres acabar con todo o simplemente dejar de sufrir? Perfecto, lo pensaste, pero ahora vamos a profundizar.

¿Cuál es el maldito problema que necesitas resolver? Escribe, escribe en un papel o en la aplicación de notas del celular posibles soluciones. Pero, antes que nada, date una ducha fría o salpícate bien la cara, detengamos esta locura. Come algo, escucha música buena, pero ojo, no te pongas esa música deprimente que sabes muy bien cuál es. Escoge algo que te levante el ánimo, que te la suba y te haga sentir omnipotente.

Necesitas hablar, lo sé. Una alternativa puede ser llamando al 113, o abre tu corazón a un familiar, a un amigo, o dirígete a un hospital, busca alternativas, recuerda que es vital que puedas expresarte. Porque el suicidio nunca, jamás, será la solución. A menudo, los que nos quedamos atrás, los familiares, los amigos, quedamos destrozados por esa decisión. Nunca sabes lo que podría pasar, a veces lo intuyes, pero cuando sucede, ya es demasiado tarde para lamentarse. Algunos de nosotros, los que sobrevivimos, llevamos la muerte en vida. Sobrevivimos a preguntas sin respuesta, a la culpa, al estigma, al juicio social. Pero seguimos aquí, luchando, porque la vida, aunque sea una mierda en momentos como estos, merece ser vivida.


Datos y cifras

  • Cada año se suicidan cerca de 700 000 personas.
  • Por cada suicidio consumado hay muchas tentativas de suicidio. En la población general, un intento de suicidio no consumado es el factor individual de riesgo más importante.
  • El suicidio es la cuarta causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 19 años.
  • El 77% de los suicidios se produce en los países de ingresos bajos y medianos.
  • La ingestión de plaguicidas, el ahorcamiento y el disparo con armas de fuego son algunos de los métodos más comunes de suicidio en el mundo



sábado, 30 de mayo de 2020

El Monstruo y yo


Ser hijo único marcó mi vida de una manera que, a veces, me cuesta explicar. Me acostumbré a ser el centro de atención en casa, a tener siempre la razón y a lidiar con la soledad como una compañera constante. Pero esa dinámica cambió radicalmente cuando el conflicto se instaló entre papá y mamá, convirtiéndome en el peón de sus discusiones.

El divorcio de mis padres marcó el inicio de una etapa turbulenta en mi adolescencia. Mi madre y mi abuela, preocupadas por mi bienestar emocional, decidieron apostar por la ayuda de especialistas. Aunque al principio dudaba, pronto me vi inmerso en sesiones de terapia para lidiar con la ansiedad y la depresión que me consumían. El Dr. Sáenz, a quien guardo un profundo respeto y gratitud, fue un faro en medio de la tormenta, recomendándonos terapia familiar para sanar las heridas más profundas.

Pero papá se resistía. Para él, hablar de salud mental era un tabú, un tema prohibido que prefería ignorar. Su visión distorsionada de los tratamientos psicológicos, alimentada por el estigma social, lo llevaba a creer que eran solo caprichos o una búsqueda de atención. Y así, se convirtió en un muro infranqueable en nuestro camino hacia la sanación.

Permanecí inmóvil, sin emitir ni una palabra. Durante horas enteras, me aferré a la quietud, como un actor en el escenario de una tragedia silenciosa. En la penumbra de la noche, el eco de los sollozos llenaba la habitación, una sinfonía desgarradora que resonaba en los rincones de mi alma. Todos lloraban a su manera, sumidos en un dolor compartido, mientras yo simulaba un sueño profundo en la cama de mi abuela, con el corazón encogido bajo una posición fetal.

Noche tras noche, el ritual se repetía, una danza macabra de lágrimas y susurros que nos envolvía en su oscuro abrazo. Pero esa noche, la rutina se rompió. La visita inevitable de los hombres de blanco irrumpió en nuestras vidas, como fantasmas en busca de respuestas en un mundo de sombras, junto a la de nuestros vecinos, testigos mudos de nuestra tragedia familiar

Fue entonces cuando sentí el deseo irrefrenable de buscar consuelo en los brazos de mi madre, como un niño perdido en un mar de lágrimas. Antes de partir, me aferré a ella con toda la fuerza de mi ser, buscando refugio en sus palabras de aliento.

—¡Ánimo, Gonzalo! Estaremos juntos siempre, recuérdalo, ¿sí? Siempre.

Las lágrimas brotaron de mis ojos como un torrente desbocado, incapaz de contener el dolor que amenazaba con ahogarme. Aquella noche, en medio de la oscuridad, vi las cicatrices que el tiempo había dejado en mi piel, marcando mi cuerpo con el peso de los recuerdos.

Recuerdo esa última noche en casa, antes de ser llevado lejos de mi madre con mucho pesar. El dolor y la desesperación se apoderaban de mí mientras la abrazaba con fuerza, temiendo que fuera la última vez que la tuviera cerca. Sus palabras de aliento, su promesa de estar siempre juntos, resonaron en mi mente como un eco de esperanza en medio de la oscuridad.

Desde entonces, he cargado con las cicatrices invisibles de ese tiempo turbulento. Las huellas de la enfermedad mental, las marcas del sufrimiento, grabadas en lo más profundo de mi ser. Y aunque he aprendido a convivir con ellas, a aceptarlas como parte de mi historia, no puedo evitar sentir vergüenza y dolor cada vez que las veo reflejadas en mi piel.

Caminar por los pasillos del hospital de Magdalena, era como adentrarse en un laberinto de sombras y susurros. El aire estaba impregnado de un olor a desesperación, un eco sordo que resonaba en los rincones más oscuros de mi mente.

El pabellón designado era un mundo aparte, donde las paredes parecían susurrar secretos olvidados y los pasillos se retorcían como serpientes en busca de presas indefensas. Al entrar, el paisaje cambiaba por completo, dejando atrás la luz del día para sumergirse en la penumbra de la noche eterna.

Entre las sombras, encontré a Mishino, mi fiel compañero en esta odisea de la mente. Juntos, enfrentamos los desafíos del internado, compartiendo las migajas de pan con leche que guardaba celosamente en mi bolsillo. Él me seguía a todas partes, como una sombra silenciosa que me recordaba que nunca estaba solo en este viaje hacia la redención.

Aunque los recuerdos del pasado seguían acechando en las sombras, Mishino era mi ancla en medio de la tormenta, un recordatorio de que siempre hay luz en la oscuridad. Con él a mi lado, enfrenté los desafíos del internado con valentía y determinación, sabiendo que juntos podríamos superar cualquier obstáculo que se interpusiera en nuestro camino.

¿Has notado alguna vez a alguien caminando con pasos lentos, como si estuviera en piloto automático? ¿O tal vez con una mirada perdida, como si estuviera buscando respuestas en un universo distante? Esos son signos reveladores de alguien que probablemente lucha contra sus propios demonios, que está atrapado en la telaraña de una enfermedad mental.

Cuando nos enfrentamos a estas situaciones, es natural que nos invada un círculo interminable de preguntas y dudas. ¿Cómo podemos ayudar? ¿Qué palabras podemos decir para consolar? ¿O es mejor simplemente permanecer en silencio y dejar que el tiempo haga su trabajo?

El entorno en el que vivimos juega un papel crucial en cómo percibimos y tratamos a aquellos que luchan contra enfermedades mentales. Si decimos que estamos lidiando con una enfermedad física como el cáncer, probablemente recibiremos compasión y apoyo. Pero si mencionamos un trastorno mental, la reacción puede ser muy diferente. Algunos podrían asustarse, otros podrían alejarse, y eso puede ser profundamente doloroso.

Hablar abiertamente sobre la salud mental solía ser un tabú, algo de lo que no se hablaba en voz alta. Pero con el tiempo, esa percepción ha ido cambiando. Aunque todavía hay quienes se niegan a entender. Encontrar comprensión entre nuestros seres cercanos es un paso invaluable hacia la sanación.

Recuerdo los días en los que sentía que las paredes mismas estaban pintadas con estigmas y prejuicios. Las miradas de lástima y los susurros detrás de mi espalda eran una constante recordatorio de que no todos entendían mi lucha. Pero aprendí a ignorar esas voces y a concentrarme en el apoyo de aquellos que realmente importaban.

A los catorce años, me vi enfrentando desafíos que la mayoría de los adolescentes ni siquiera pueden imaginar. El humo del cigarrillo se convirtió en mi escape, mientras que el diagnóstico de un trastorno mental marcó el comienzo de un viaje que nunca había imaginado.

La universidad se convirtió en mi refugio, un lugar donde podía destacar y sentirme útil, a pesar de mis batallas internas. Sin embargo, incluso allí, enfrenté el estigma y la discriminación, recordatorios crueles de que la ignorancia todavía prevalece en nuestra sociedad.

A pesar de todo, he aprendido a abrazar mis altibajos y a encontrar fuerza en mi vulnerabilidad. El tratamiento que una vez parecía tan aterrador se ha convertido en mi salvación, una luz brillante en medio de la oscuridad.

Las cicatrices en mi piel son testigos mudos de las batallas que libré en el camino hacia la sanación. Aunque el dolor sigue latente en lo más profundo de mi ser, sé que tengo el coraje para enfrentar el futuro con valentía y determinación. Porque, aunque el camino sea difícil, siempre habrá luz que guíe el camino. También he encontrado consuelo en los pequeños gestos de solidaridad y comprensión. En las miradas compasivas de aquellos que, como yo, han luchado en silencio contra sus propios monstruos. En el amor incondicional de quienes han estado a mi lado, apoyándome en los momentos más difíciles.

Hoy, a mis 24 años puedo decir que estoy en un mejor lugar. El tratamiento ha sido mi salvación, mi tabla de salvación en medio de la tormenta. Y aunque sé que el camino hacia la recuperación es largo y difícil, estoy decidido a continuar.



lunes, 4 de mayo de 2020

La Deuda de la Prostituta



La crisis viene ocupando mayor tiempo y va  azotando este lugar, casi toda la población tiene deudas y viven a base de créditos, prácticamente sobreviviendo el día a día y llenos de estrés. (nada fuera de la realidad que vivimos ¿verdad?)

Por fortuna llegó un millonario que ostentaba tener mucho dinero, él se dirige hacia el único pequeño hotel del lugar, pide una habitación, pone un billete de 100 dólares en la mesa de la recepcionista y se va a ver las habitaciones. (Aún no acepta hospedarse, pero solicita observar la calidad de las habitaciones).

1- El dueño del hotel agarra el billete y se dirige corriendo a pagar sus deudas con:
2- El carnicero, éste a su vez, toma el billete y sale corriendo a pagar su deuda con:
3- El criador de cerdos, quién luego de recibir el dinero paga lo que debe al:
4- El dueño del molino quién es proveedor de alimentos para animales, éste proveedor revisa el dinero y corre a culminar su deuda con:
5- María, la prostituta del pueblo, quién en tiempos de crisis ofrece sus servicios a crédito y con la cual llevaba una deuda de tiempo. Ella, billete en mano va a pagar al pequeño hotel donde había llevado a sus clientes las últimas veces y que todavía no había pagado, ingresa por la puerta y entrega los cien dólares al dueño del hotel.

En este momento baja el millonario, quién durante todo ese tiempo estuvo revisando las habitaciones y dice que ninguna lo ha convencido para quedarse en el pueblo, observa, coge el billete y se va.

Ninguno de los personajes enumerados del 1 al 5 gastó un solo dólar, sin embargo, todos ellos lograron pagar sus deudas y con ello, llevar una convivencia sana y libre de conflictos emocionales.

Contextualizando

Esta historia la escuché en clases, recuerdo haber fijado la mirada cuando empezamos a hablar sobre emprendimientos y startup peruanas, de pronto el profesor empezó a relatar y contar detalles con tal frenesí que tardó varios segundos en notar que la clase estaba con él, muy al pendiente de saber toda la trama de aquel titulo disruptivo que nos mencionó al empezar el relato.

Aquella lectura quedó marcada indiscutiblemente en muchos de nosotros, ha sido el tema de conversación en la última videoconferencia  y nos permitió generar mayor consciencia y debate sobre nuestro rol de consumidores.

Debemos impulsar a que el dinero circule dentro de la economía local fomentando así su desarrollo, pero esto solo será factible apoyando a los emprendimientos como también al consumo local, para ello, cada  uno de nosotros cumplimos un rol importe, un rol de promotor y agente de cambio.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

El duelo


El duelo se convierte en una batalla constante donde solemos terminar presos del frenesí.

Existen dos tipos de duelo: aquel considerado normal, y otro, el más grave; el patológico.
La diferencia radica en el tiempo, el común se manifiesta y termina aproximadamente en seis y ocho meses, el patológico se alarga en el tiempo.

Se podría decir, que las fases del duelo son negación, tristeza profunda, culpa, rabia y aceptación. Pero esto no aplica para todos, hay casos donde las emociones se triplican en comparación con personas regulares, por eso el duelo es patológico, incontrolable y las ganas de aislarse persisten.

-¡Gonzalo!Intenta volver a escribir , regresa a aquellos espacios donde te sentías cómodo - dijo el psicólogo casi al culminar la sesión. Cerré los ojos  y el papel comenzó a teñirse.

(texto escrito) 15:35:10  viernes de mayo
Cuando encuentras tiempo para ti solo, en realidad no lo estás, en tus pensamientos hay personas, gente de mierda atormentando, acusando, juzgando y golpeando tu cerebro, jugando con serotonina y dopamina, matándolas, dejándolas casi ausentes, desapareciendo, pocas conexiones, mucha tristeza. Mucho sonido, ruido de chillidos, sin dar oportunidad al silencio, a la quietud, al bienestar, paz del corazón, paz de las almas; ¿Dónde está? ¿ Dónde está mi paz?

Mi mar en quietud, el cielo despejado,  mi dirección correcta, mi sonrisa... ¿mi sonrisa? pero dicen que todo es un sueño, no pasa realmente, eres parte de la alucinación de un hombre drogado, eres imagen antigua. ¿Soy un buen delirio?

- ya despierta-




miércoles, 3 de junio de 2015

Feliz día Desconocido

De todos modos, habían pasado muchos años sin su llamada y empezaba la mañana feliz de un mal día porque este día un hombre que se jacta por ser feliz, destruía nuevamente el amor de un niño de once años.

Gracias papá por nunca haber estado a mi lado a la hora de una festividad como hoy, por permitir que me sienta mal durante estos días, como cuando solía quedarme con aquel regalo que muy entusiasmado preparaba junto a los amigos de primaria, en verdad, te pasaste.

Gracias por desaparecer todos los recuerdos que creé en mente sobre ti, por hacerme olvidar que en algún momento regresarías por aquella calle a tres cuadras de la esquina. ¿Ahí solías llevarme a comprar dulces?

Gracias por demostrar que podía seguir adelante sin tu imagen al lado, por enseñarme sin que lo hayas pensado a vivir, a madurar y a tratar de entender lo que un niño desde los seis años no está acostumbrado. No negaré que sobrellevé muchos sucesos, entre ellos recuerdo los juegos forestales, todos asistían con ambos padres, pero yo te inventaba una enfermedad, esa fue mi manera de excusar tu ausencia en cada evento. Te he querido mucho ¿no?, puede parecer curioso, pero ambos sabemos que todo cansa.

Gracias porque sin querer me refugié en lo oscuro de una enfermedad.

No pidas un respeto que nunca enseñaste, no reclames una llamada para saludarte porque yo pedía las pedías de manera recurrente y nunca cediste, ahora te empeñas en la necesidad de una reconciliación cuando ves frutos que nunca cultivaste, me jode no saber quién de nosotros es más injusto.

Aún recuerdo la última Navidad, estás ahí sonriendo, pidiendo que habrá aquel regalo que prometiste enseñar a manejar. -No llores huevón, porque yo lloré mucho más por las caídas- A mí no me enseñaron a manejar mis tíos, ni los padres de mis amigos. Lo aprendí solo. 

¿Es tarde no?

Gracias por los espacios en las fotos, sin quererlo tus últimas imágenes desaparecieron, ocurrió sin querer cuando lloraba mientras las lágrimas caían sobre aquellas fotos que escondía en una pequeña caja por el cuarto de la azotea, aquella azotea que solía recibirme cuando me fregaba en llanto preguntándome el porqué de tu decisión, y en la inocencia juraba pensando que tú nos buscarías.

 Así se borró tu recuerdo con mis lágrimas.

Gracias por no haberme pegado cuando decía que estabas enfermo o que habías salido de viaje. Me enseñaste a cubrir muy bien los vacíos, fíjate, después de todo aprendí que te necesitaba demasiado, pero asumí que era demasiado.

Había idealizado tanto tus llamadas que hoy las espero con normalidad. Te imaginaba preguntando por mí, indagando actos para cuestionar mis rumbos, para decirme o aunque no lo creas para que me grites o si es que te parecía lo correcto; golpearme.

Pasé varios momentos pensando en portarme mal con el fin de llamar tu atención, de que me recurrieras pero fuiste un completo desconocido, nunca vi tu sombra en el hospital, nunca escuché tus pasos en las noches, nunca llamaste al celular, nunca te dignaste a hablarme de la masturbación, nunca recibiste las cartas que te dediqué, nunca supiste que gracias a ti empecé a escribir, nunca me has escuchado recitar, nunca te has alegrado con mis calificaciones, nunca me has perdonado de nada porque nunca supiste nada de mí y todo eso porque no buscaste maneras de llegar.

¿Por qué tanta farsa oculta tras una sonrisa?

Mis exámenes con notas aprobatorias fueron la consecuencia de querer demostrar lo orgulloso que podías haberte sentido, pero me recordabas que todo era en vano.

Gracias por tu mínima resistencia a mi olvido, por dejarte morir con algún personaje y por el grado de madurez que adquirí por ti.

¡Gracias por todo Pá!

lunes, 8 de septiembre de 2014

Porlas

Por las esquinas estuve vagando cual loco calato en busca de mugre. Por las mañanas en las que me perdía en ti, como cuando fumaba tratando de olvidar todo… jamás resultó.

Por las esperanzas que creó mi titiritero en alguna laguna gris, aquella misma que cumple el rol de sepulcro de penas cuando me abandono cerca de algún nuevo inicio y cada vez es más frecuente. Por las calles que nunca recorreré a tu lado. Por las veces que te pediré perdón no existiendo culpables, peor aún, sabiendo que nunca responderás.

Por las historias que creamos sin haberlo planeado; soy yo quien te rinde homenaje, sé que sientes orgullo al saber que no pierdo rumbos y que ando cual marinero en busca de nueva tripulación.

Por las veces que me llegó esperar sentado, fingiendo esperarte. Por las carencias de un abrazo fuerte que quise volver a encontrar.

Por las veces que no quise escucharte y que día a día son las cadenas que arrastro. Por las palabras tan mierda que solíamos repetir. Por las semillas de afecto que sembramos en febrero de hace diez años, siendo pequeños majaretas que no sabían entender.

Por las visitas a círculos que nunca quise acceder, siendo desde pequeño un completo antipático. Por las tardes oscuras de parque donde siempre fui el vencedor, fui yo quien nunca lo quiso asimilar. Por las veces que quería salir ganando en todo y en las cuales ustedes me aceptaban como tal.

Por las veces que callo tanto para quedar bien ante cualquier episodio. Por las ganas de pensar que mañana estarás nuevamente a mi lado, simplemente hasta hoy no es fácil.

Por las noches en las que me afano en recurrir a que me protejas, porque aunque no lo creas no soy el mismo de antes. Por las veces que pienso pedirte que me dejes ir en paz, sacando de la mente aquella imagen tan cruel de despedida.

Simplemente por las escribo todo esto, sabiendo que nunca lo leerás. 


Y así, en este laberinto de textos, elaborados por recuerdos y susurros, me encuentro, buscando respuestas en un universo que parece negarme la salvación. Pero al final del día, sé que el viaje vale la pena, porque en el eco de nuestras memorias y en la melodía de nuestros suspiros, encuentro la esencia misma de lo que significa por siempre una amistad. Porque aunque los días se desvanezcan en la penumbra del olvido, nosotros somos inmortales, una chispa eterna en el vasto universo del tiempo. 

La vida es jodida, ¡sí! y nos llevará por caminos inesperados, muchas veces, encontrándonos con desafíos que parecen insuperables. Pero, vamos, en esos momentos difíciles es cuando más brillamos. Porque no estamos solos. Hay amor y apoyo a nuestro alrededor, incluso cuando no podemos verlo. Y aunque perdamos a nuestros seres queridos, su amor y su legado siguen viviendo en nosotros, dándonos fuerzas para seguir adelante.

Así que si estás pasando o recordando una situación similar, levanta la cabeza, ponte tus mejores zapatos y sigue caminando con la cabeza en alto. Porque aunque extrañemos a aquellos que han partido, su amor nos acompaña en cada paso que damos, iluminando nuestro camino y recordándonos que nunca estamos solos en este vasto universo. Porque al final del día, el amor es lo único que perdura, trascendiendo el tiempo y el espacio, y recordándonos que somos más fuertes de lo que creemos. Así que brinda por los recuerdos, por favor, y sigue adelante con la confianza de que los mejores momentos  siempre prevalecerán.

Mi hermano  "Tomate"